martes, 13 de noviembre de 2007

LA VIGENCIA DE LAS LEYES


Aunque nunca acabé la carrera, hace un montón de años estudié Derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona. Entre otras cosas, eso me sirvió para saber cómo funciona uno de esos inventos que rigen nuestro comportamiento y que, compuestos de ruedas dentadas, poleas y palancas, son más propios del siglo XIX que del XXI. Me estoy refiriendo a las leyes. El aparato legal es tan complicado y está hecho tan a la antigua que a menudo proporciona motivos de carcajada entre los que tenemos la afición de sacar punta a lo más sagrado. Sin ir más lejos, está el asunto de la derogación. Por lo general, una ley se redacta, se promulga y ahí se queda, tan ancha, hasta que alguien se acuerda de ella y decide quitarla de en medio por una simple cuestión de anacronismo. En ocasiones, no obstante, nadie deroga nada y la ley o la norma continúan vigentes por los siglos de los siglos, amén. Recuerdo un caso concreto de cuando estudiaba. La normativa de los Ferrocarriles estaba anquilosada desde que se inventó el tren, el tráfico, las vías o poco menos y, en teoría, cualquier viajero podía pedir al revisor nada menos que… una escupidera. Teóricamente también, el revisor tenía la obligación de llevársela al viajero. Nadie había derogado esa norma y, por lo tanto, seguía vigente.

Uno de mis hermanos trabaja actualmente en Inglaterra. Parece que allí son tan salvajes como aquí al respecto de lo que nos ocupa, porque ha dado con algunas leyes vigentes que son para echarse a reír y no parar. Por ejemplo, está prohibido morirse en el Parlamento inglés. Así, como suena. Si uno quiere morirse, debe irse fuera. Al parecer se trata de una mala interpretación de un hecho. Hay una figura en Inglaterra, el Coroner, que en 1988 pasó a ser el Coroner of the Queen Household (aproximadamente, Fiscal de los territorios de la Reina), y uno de sus atributos es investigar las muertes acaecidas dentro de los límites de dicho territorio. Como el Parlamento pertenece al mencionado Household, cualquier muerte en el Parlamento requeriría que la mismísima Reina se sentase en el banquillo para declarar. Y como eso no sería cómodo para nadie, se convino que ningún parlamentario pueda morirse hasta que no esté a bordo de una ambulancia o en algún hospital.

No es la única majadería. Si alguien encuentra, dentro del territorio marcado por los muros de la antigua ciudad de York, a un escocés provisto de un arco y una flecha, es completamente legal matarlo. Toma goma. Es como para ir por allí de fin de semana con los críos y sus juguetes. También está prohibido entrar en el Parlamento vestido con armadura, por cierto. O sea que, si a alguien se le ha ocurrido hacerlo en alguna ocasión, es mejor que se olvide.

Viendo todo esto, uno se pregunta si estamos en buenas manos o si deberíamos cambiar de sistema ya de una vez. Las leyes están para ser cumplidas, dicen los tíos serios de siempre. Bueno, ¿seguro?

(La foto de los libros está extraída de www.bpra.com.ar)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que es increíble es que lo de morirse en el Parlamento se hiciese público mediante la legislación y no mediante un acuerdo tácito.
Quizas los que hacían las leyes antes, no necesitaban esconderse ni ser coherentes y juiciosos. Nadie las debía de criticar.

Anónimo dijo...

-¡Qué vedo!
-¡Vaya! Hasta por el culo me reconocen.

Hola César. Me alegra ver que sigues siendo capaz de superarte cada día. Gracias por no haber tirado la toalla.

...y "El Jose" en el mismo día!
Yo habría tenido pesadillas

César Galiano Royo dijo...

Hola, Fernando ex-anónimo. Hacía dos años que no nos "veíamos". El mundo estaba más tranquilo, pero era todo más aburrido.

Anónimo dijo...

Vaya, vaya, lo que se cuece por aquí.
Va aumentando "la familia".