El presidente Rodríguez Zapatero demostró valentía cuando, nada más acceder al poder, desafió abiertamente a George Bush retirando las tropas españolas de Irak. Desde luego, no es poca cosa. Desaprobar de ese modo la gestión del gobierno más poderoso del planeta es una muestra de convicción, de energía y de respeto hacia los ciudadanos que, hartos del desgobierno de Aznar, votaron a favor del Partido Socialista en las últimas elecciones. Sin embargo, a juzgar por otras cuestiones no menos espinosas, Zapatero ha demostrado que tiene auténtico pánico a una institución tradicionalmente asentada en España:
Entre las muchas promesas que los socialistas hicieron en el año 2004 se encuentran tres asuntos tan poco importantes que no sólo han sido pasados por alto durante los cuatro años de legislatura, sino que tampoco van a ser tenidos en cuenta durante los cuatro años próximos: el aborto, la eutanasia y el intocable acuerdo entre el Estado y
Resulta curioso que un asunto como el de la interrupción voluntaria del embarazo no sea tratado por quienes se jactan de liderar la ley de violencia doméstica y otras defensas de la dignidad de la mujer. Parece contradictorio, aunque lo cierto es que, si uno examina con detenimiento una y otra cuestión, es fácil deducir que por un lado hay muchas posibilidades de captar votos y por el otro hay posibilidades también, pero de perderlos.
El problema, no obstante, creo que está en otra parte. Me parece que todos sabemos que, tarde o temprano, se promulgará una ley que defienda la libertad de elección de una muerte digna y otra mediante la cual las mujeres podrán abortar, dentro de unos límites razonables de tiempo, sin tener que aportar argumentos, sin atenerse a supuestos legales y sin tonterías. Es como la libertad de culto, que parecía imposible durante el franquismo y, sin embargo, todos sabían que era una cuestión de tiempo. ¿Por qué poner trabas, entonces, al ejercicio de algo que será libre y legal en un futuro cercano?