miércoles, 27 de mayo de 2009

Zapatero pierde pie


Todos sabemos que los políticos viven más alejados del pueblo que los obispos, por ejemplo, o que los halcones de Wall Street. Desde el momento en que les dan el carné del partido dejan de pertenecer a este mundo y empiezan a decir sandeces de calibres elefantiásicos. Luego, si saben pisotear a unos cuantos compañeros sin que les salpiquen demasiado las inmundicias, pueden llegar al Congreso y decir allí unas sandeces mayores. A esas alturas están ya muy lejos los recibos de la luz y la cesta de la compra. Pero si, además de haber llegado a ese templo de sabiduría, se alzan con el cargo de presidente del gobierno… bueno, entonces el sujeto en cuestión puede vivir aún más lejos del populacho que el Papa.

No dudo de las buenas intenciones que pudiera tener Zapatero cuando ganó por primera vez las elecciones. Soy así de bobo, pero incluso a Aznar le di la oportunidad en medio del escándalo que me montaron los amigos. A fin de cuentas, Zapatero cumplió al ordenar el regreso de las tropas de aquella guerra de mierda donde sólo fueron a defenderse. Era curioso. Nuestros soldados fueron allá para meterse en cuarteles y ser atacados. Nada más. Bueno, a lo que iba. Zapatero lo hizo bien al principio, pero poco a poco ha ido despegándose del suelo y cada vez vuela más alto. Supongo que les pasa a todos los que ostentan el poder durante demasiado tiempo. Hay un detalle, una simple pincelada, que demuestra que nuestro presidente Zapatero ya nada tiene que ver con el resto de los mortales y que ha pasado a formar parte de los dioses del Aneto. Me refiero al uso de un avión militar para ir a un mítin del PSOE.

La gestión de la crisis me da igual. No creo que otro partido lo hubiera hecho mejor ni peor. Me dan igual otras muchas cosas. Pero el uso de ese avión que pagamos todos para asistir a un acto de partido me parece la demostración de que ya vive totalmente en otro universo. Dicho de otra manera: cuando los del PP hacían algo parecido, los poníamos a parir.

Naturalmente, un portavoz del gobierno ha salido en su defensa diciendo que Zapatero no puede ser presidente por la mañana y dejar de serlo por la tarde y que, por lo tanto, sus desplazamientos deben estar rodeados de la máxima seguridad haga lo que haga. Vale, tío. Una cosa es que defiendas a tu jefe y otra que creas que soy tonto. Porque Zapatero ha acudido al mítin como jefe del PSOE, no como presidente del gobierno, y no habría podido ir de ninguna manera de no haber tenido la oportunidad de disponer de un avión privado. O sea que, por muchas carambolas que intenten meternos, Zapatero se ha aprovechado de su condición de presidente para ir a merendar con los amigos. Y eso es despreciar a la gente. Incluso a la que le votó. De hecho, a todos los políticos les pasa: en realidad nos desprecian con toda su alma. Desprecian a sus propios votantes.

lunes, 25 de mayo de 2009

El aborto a los dieciséis años

Hace muchos años, cuando yo tenía entre quince y veinte años, estaba prohibido abortar en España. Las chicas que decidían hacerlo tenían dos opciones: ir a Amsterdam o hacerlo en alguna clínica ilegal española. No era sólo cuestión de dinero. Lo que decidía el lugar de la operación eran las posibilidades que la chica tenía de ausentarse de casa durante unos días. Es decir: las que tenían mayor libertad iban a Londres o a Amsterdam, donde les operaban en unas clínicas modernas y con toda la higiene y las seguridades del mundo. Pero las que no tenían la libertad de ausentarse… bueno, tenían que hacerlo aquí, en clínicas que ni siquiera eran tales y en unas condiciones inmundas. En mi entorno hubo de todo. Las chicas que fueron a Amsterdam no tuvieron complicación ninguna. Una que, por desgracia, no pudo ausentarse de casa y tuvo que hacérselo aquí, por poco muere desangrada.

Todo esto viene a cuento porque el gobierno de España está a punto de promulgar una nueva ley respecto al aborto. Según esa ley, las muchachas de 16 años podrán abortar sin el consentimiento de los padres. Y me parece muy bien. En primer lugar porque, si una chica decide abortar, lo hará. Que no le quepa a nadie la menor duda. ¿Y no es mejor que lo haga en las mejores condiciones en vez de tenerlo que hacer en lugares hediondos y carentes de toda seguridad? En segundo lugar, porque la ley no obliga a nadie a no decir nada a los padres, como pretenden algunas asociaciones retrógradas, sino a no hacerlo si eso va a obstaculizar el desarrollo limpio de la operación. Que tendrá lugar sin ninguna duda, como he dicho antes, si la chica está decidida. Y en tercer lugar (dejémonos de hipocresías), porque la mayoría de edad penal está en los dieciséis. ¿Por qué no deberíamos allanar un camino por el que, seguro, va a caminar mucha gente?

domingo, 24 de mayo de 2009

LA PARIDAD


Ayer leí un artículo sobre la igualdad en España en uno de los blogs que sigo habitualmente. Estoy de acuerdo en casi todo lo que dice, pero eso ahora no importa. Porque lo que me ha llevado a escribir algo sobre la paridad es el comentario de uno de sus lectores, que, al parecer, ha echado en falta ese aspecto de la cuestión en el artículo de marras. Bueno, pues voy y tomo el relevo.

Según el diccionario de la Real Academia, paridad es una comparación de una cosa con otra, la igualdad de las cosas entre sí y, como tercera acepción, el valor comparativo de una moneda con otra. O sea, nada que se parezca a lo que los españoles de a pie, tras la subida al trono de monsieur Zapatero, entendemos por ello. Desde que Zapatero empezó a hablar de la igualdad entre hombres y mujeres, todos los españoles creemos que la paridad es la igualdad de número de hombres y de mujeres en una empresa, en el coro de la iglesia o en el mismo gobierno.

Y no hay nada más tonto que reivindicar eso. Bueno, sí lo hay; pero ahora no viene al caso hablar de Aznar. ¿Por qué debería ser justo que el gobierno sea “paritario” si, por ejemplo, las bodas homosexuales no lo son y el gobierno está encantado con ellas? ¿En qué quedamos? ¿Defendemos una cosa o lo defendemos todo para que nadie se mosquee? Porque, puestos a defender, los calvos pueden sentirse discriminados al no haber paridad entre ellos y los diputados provistos de cabello en el Congreso. O los gordos con respecto a los delgados. O los negros con respecto a los blancos. ¿A qué mentalidad retrógrada se le ha ocurrido dividir el mundo únicamente entre hombres y mujeres? Precisamente eso, dar tanta importancia a lo que no debería tenerla como es la supuesta división del mundo y de la historia entre hombres y mujeres, es lo que está propiciando las discriminaciones y la tontería.

(La foto está extraída de alejandroherrero)

martes, 19 de mayo de 2009

A OBAMA LE CRECEN LOS ENANOS


Pues sí. Todo le sale al revés. Después de haber prometido el oro y el moro, resulta que el presidente de Estados Unidos más prometedor de la historia debe dar marcha atrás en algunas de las cosas que dijo que haría y que, bueno, parece que no puede hacer.

Por ejemplo, seguirán existiendo los tribunales militares en el sucio asunto de los secuestrados de Guantánamo, lo que es como decir que la prisión seguirá ahí o que, si no sigue ahí, la trasladarán a otro lado y se acabó. Tampoco se permitirá la exhibición de fotografías en las que se vea a soldados norteamericanos torturando a iraquíes, por ejemplo, o cualquier otra imagen que tiene cojones la cosa pueda promover el antiamericanismo. O sea que, al ritmo que vamos, me da en la nariz que el tal Obama va a acabar diciendo que no es negro del todo, que es más leche que café y que, puestos a decir verdades, tampoco nació en el mismo Bilbao, sino en un chalé de las afueras.

Ya sólo le faltaría que, en las próximas elecciones norteamericanas, se presentase el del cartel de arriba.


(El cartel está extraído del grupo YES WE JARL de Facebook)

viernes, 15 de mayo de 2009

EL TRABAJO Y YO


Creo que en alguna otra ocasión ya he dicho que mi relación con el mundo del trabajo ha sido y es, cuando menos, curiosa. No sé por qué, la vida se ha empeñado siempre en hacerme mantener un pulso constante con algo que nunca he sabido por dónde agarrar. Voy a ver si me explico.

Como casi todo el mundo en estos tiempos, he trabajado en un sinfín de empleos, legales y no tan legales, mejor o peor pagados, apropiados a mi manera de ser o totalmente opuestos a ella. Pero las empresas que me han proporcionado esos empleos, tan diferentes unas de otras, han tenido un punto de coincidencia: al poco tiempo de haber entrado yo a formar parte de la plantilla, han quebrado irremediablemente. Así, como suena. Y no se trataba necesariamente de empresas nuevas o con posibilidades evidentes de irse a pique, no. Una imprenta con más de cien años de solera tuvo que cerrar dos años después de mi incorporación. Nadie entendió cómo pudo suceder, pero sucedió. A mi paso han cerrado excelentes editoriales, empresas de producción de soportes de alta tecnología, comercios, bares, etc. Parezco Atila. Y hace unos días, pensando en mi sorprendente currículum, me di cuenta de que, además, hay dos casos brutales.

Uno de ellos es el de los cómics. He leído cómics desde muy pequeño, desde mediados de los años sesenta. Por aquel entonces era normal que los chavales leyéramos tebeos. Era un mercado totalmente estable e incluso prometedor para quien decidiese rodearse de lápices y pinceles y probar suerte. Cada semana me dejaba la paga que me daba mi padre en tebeos. Los quioscos estaban llenos de ellos. De modo que lo intenté y, aprovechando el tirón de los años ochenta, publiqué mis primeras historias. Fue algo salvaje. La gente leía cómics en los bares, en el metro, en todas partes. Había una treintena de revistas mensuales. El negocio iba viento en popa. Y justo cuando empiezo a hacerme un nombre… zas. Aparecen los japoneses, invierten un montón de millones en la basura de Dragon Ball Z y otras mierdas y el mercado nacional se hunde. Hala, a tomar por saco. Era increíble. Parecía más fácil que el Papa hubiera cambiado de sexo y, sin embargo… A la calle otra vez.

Pero eso no es lo peor. Porque los cómics han durado aproximadamente un siglo y, teniendo en cuenta mis habilidades, hacer que quiebre un mercado que cuenta sólo un siglo de vida me parece relativamente fácil. Lo peor es que de un tiempo a esta parte me dedico a escribir libros. “Ajajá”, me dije. “Hay libros desde que el mundo es mundo. O sea que esto sí que es imposible que desaparezca”. ¿Sí? ¿Seguro? Pues van y aparecen los libros electrónicos. Toma goma.

Desde luego, hay quien tiene mala suerte en lo que hace. Y uno de ellos soy yo. He estado pensado mucho en eso y, viendo cómo suceden las cosas… creo que voy a meterme en política.

martes, 12 de mayo de 2009

LA PÍLDORA DEL DÍA SIGUIENTE
(que no del día después)


Palabra de honor que me toca las narices tener que hablar de algo tan obvio. La píldora del día siguiente podrá adquirirse, dentro de poco, sin receta. Bueno, y qué.

En la página web de la COPE, como es habitual, ponen de vuelta y media a los artícifes de tan esperada medida y, puestos a decir memeces, elaboran la lista de las posibles complicaciones tras el consumo de la mencionada pastilla. Desde luego, hay que ser torpe. Basta tomar el prospecto de un analgésico común para ver muchas más complicaciones. Y no por eso dejamos de consumirlo. Pero lo más triste es que todos sabemos que los tiros no van por ahí, porque es de dominio público que a los obispos les importan un bledo las complicaciones de los fármacos.

No voy a preguntarme por las razones de quienes, sin ser obispos, se oponen a la venta libre de la pastilla en cuestión. Las conozco. Pero lo que sí me pregunto y, por otra parte, me indigna, es que la gente la llame “del día después”, en lugar de llamarla “del día siguiente”. ¿A qué viene esa paletada? ¿Tanto aprende el vulgo del cine norteamericano?

(La imagen está extraída de 4bp.blogspot)

miércoles, 6 de mayo de 2009

LOS GRUPOS Y YO

Hace unos veinte años me compré una moto grande, una Custom, por puro capricho, porque me gustó la moto y me dio por comprarla. Algunas tardes me iba a dar una vuelta por la costa, lentamente, a mi ritmo, disfrutando del viento y del paisaje. Eso era lo que más me gustaba: esos paseos en solitario mientras atardecía.

Una noche entré en un bar a tomar algo. Dejé la moto fuera, claro, y por supuesto no pasó desapercibida. A los pocos minutos me abordó un sujeto que dijo ser motero y miembro de un club de motoristas que hacían excursiones los domingos por la mañana. ¿Por qué no iba con ellos? Consideré muy difícil decirle a ese tipo que no me gustan las motos por ser motos, que no me apetecía lo más mínimo adaptar mi velocidad y mis placeres a los de todo un grupo de motoristas y que aún me apetecía menos hablar de motores y de motos como, con toda seguridad, hablaban los miembros del club durante las mañanas de los domingos. O sea que le dije que no iba a ir con ellos porque no me gustaban los grupos de personas. No me entendió, claro, e insistió en los beneficios de un buen almuerzo entre amantes de las motos. Le dije, entonces, que tampoco me gustaban los almuerzos de más de una persona. Aun así, volvió a la carga y tuve que decirle que ni siquiera me gustaban los grupos de cosas. Me miró entonces con cara de estar viendo a un loco y me dejó en paz.

Los grupos no me gustan. No me gustan los partidos, ni los colectivos, ni las asociaciones ni nada por el estilo. Todo lo que suene a terapia de grupo me repugna. Conmigo no va. Los grupos no hacen más que anular la individualidad de los individuos, convertirlos en números o en trofeos de quien haya creado el grupo. Y los partidos. Y las ONG’s. Y, por supuesto, los grupos de motoristas.