miércoles, 25 de abril de 2012
El increíble caso del partido popular
martes, 24 de abril de 2012
Donde el partido popular dijo digo…
sábado, 21 de abril de 2012
La crisis del petróleo entre Argentina y España
martes, 17 de abril de 2012
La crisis del libro impreso
Llevo ya demasiado tiempo oyendo las voces de los que advierten, en el tono de los profetas apocalípticos, que el fin del libro de papel está cerca. Lo hacen con satisfacción, además, con aires de superioridad, como si la desaparición de las ediciones impresas supusiera, aparte de un éxito de la tecnología, una victoria personal. Y tal cosa podría tener sentido si la caída del libro impreso llevase aparejado el auge del libro electrónico: “¿Ves? El libro electrónico ha vencido. El papel es cosa del pasado”.
Pero no. Quienes defienden el cambio del papel por la pantalla no son los lectores viscerales, los estudiosos, los grandes amantes de la literatura. Muy al contrario, suelen ser los que en su vida han leído solo un libro de Chuck Norris o de Ken Follet, por ejemplo, los que no comprenden el placer que se siente al tenerlo entre las manos, al verlo descansar en la estantería, al hojearlo de nuevo; es decir, los ignorantes, los que se describen graznando “Yo no soy de leer”, queriendo decir con ello que son unos perfectos palurdos, incapaces de ir más allá de las dos primeras líneas de un periódico deportivo. De modo que no, que no están defendiendo un cambio de soporte por aquello del desarrollo, sino que solo están aprovechando la oportunidad de decir que los libros no sirven para nada, esos objetos que tantos quebraderos de cabeza les han dado durante toda su vida.
Pero el libro impreso no es solo su contenido. Es mucho más, como he sugerido antes. Y tampoco se trata únicamente del soporte. Alterar su formato habría supuesto también una hecatombe. No es lo mismo leer un libro impreso en papel que, pongamos por caso, una cinta telegráfica con el mismo texto. Estoy seguro de que yo no leería tanto si los libros fueran cintas enrollables. O sea que no, que los libros de papel no pueden ser sustituidos por libros electrónicos, así, por conveniencias comerciales. El libro como objeto forma parte de uno mismo, te recuerda el momento en que lo leíste cuando ves su lomo en la estantería, te devuelve sensaciones. Los que leemos casi por vicio, por necesidad, sabemos que no puede haber sustitución posible, que el libro clásico y el electrónico, como mucho, están condenados a convivir. Las enciclopedias, los diccionarios, los atlas y los manuales encajan bien en el concepto de libro electrónico. Los demás no.
No conozco a ningún gran lector que lea los libros en pantalla. Ni veo a casi nadie que lea en pantalla durante un viaje en tren o en autobús. Es cierto que la edición en papel ha sufrido una caída fenomenal. Eso nadie lo duda. Pero recordemos que estamos metidos hasta el cuello en una crisis mundial pa cagarse y que, además, también llevamos un par de decenios hundidos en una decadencia cultural aún mayor. Los jóvenes no leen. Pero no es que no lean libros de papel: no leen nada. Ni tocan la guitarra. Ni les gusta la pintura. Ni nada de nada.
O sea que me parece que hay que esperar a que pasen los malos vientos. Los que antes no leían siguen sin leer. Y los que leemos habitualmente hemos tenido que echar el freno en el presupuesto para libros. Como para todo.
Etiquetas: Libros
sábado, 14 de abril de 2012
Las últimas medidas turulatas del gobierno
Los que hacen las leyes en nuestro país están actuando de un modo, cuando menos, sorprendente. No legislan según el concepto que puedan tener de la moral o la justicia, sino según lo que vaya pasando. Sí, ellos, que acusaban a los otros de improvisadores cuando las cosas estaban al revés y eran los otros quienes mandaban y ellos estaban en la oposición. Para tomar decisiones, nuestro gobierno actual (o sea, ellos) mira y remira vídeos y fotografías, observa lo que hacen los “malos” y entonces crea la ley. Por ejemplo, viendo que es complicado actuar contra la resistencia pasiva, muy utilizada por los pacifistas, los del 15-M y demás jipis, van a elevar a ésta a la categoría de delito y, así, será delincuente quien se siente en el suelo cuando cargue la policía. Era una medida que había que tomar con urgencia, sí señor: convertir en delincuente a quien no quiera tortazos.
Otra medida turulata de estos últimos días es multar con el 25% del importe los pagos en metálico que superen los 2.500 euros. ¡Cuánta sabiduría, mi madre! Pretenden luchar contra el dinero negro y, como mucho, van a conseguir que se fraccionen los pagos. En lugar de hacer un pago de 3.000 euros de golpe, lo haré en dos tandas y tan contentos. Pero es que, por otra parte, piensan sancionar con el 10% a los defraudadores, a los que oculten grandes cantidades o traten de llevárselas al extranjero. Es decir: multarán con el 25% al que tenga 3.000 euros y con el 10% a quien tenga un millón.
Pero la medida más alucinante es la que premia al delator de los defraudadores. Eso es convertir a los ciudadanos en soplones; y al país, en un Estado policial más propio de las novelas de Ciencia Ficción que de la Europa actual. Es increíble. Pero además se dará el caso de que los que acusaban a los socialistas de dividir España en un puñado de autonomías (o sea, ellos) pretenden ahora que delatemos al vecino, dividiendo España en barrios o incluso en comunidades de vecinos. Los otros lo hicieron mal, desde luego; pero ellos están llevándose la palma del ridículo en solo cien días.
Lo peor de todo es que siempre están ellos o los otros en el poder y que, según dicen los partidarios de ellos o de los otros, no hay alternativa. ¿Cómo que no hay alternativa? Lo mismo decía Franco de sí mismo; o sea, él. ¿Seguro que no hay alternativa? ¿Seguro que solo podemos elegir entre ellos o los otros? A la mierda, hombre.
Etiquetas: Leyes y normas, Política
viernes, 13 de abril de 2012
El baile de los caciques de Oriente Medio
El absurdo roza el límite. Quien critique al Estado de Israel puede ser acusado de antisemitismo y prohibírsele la entrada en el país como persona non grata. Algo así se desprende del reciente comentario que el ministro de Interior israelí, El Yishai, ha hecho refiriéndose a un poema del premio Nobel de Literatura, el alemán Günter Grass, en el que el escritor asegura que el arsenal nuclear de Israel es un peligro para la paz mundial. Los defensores del ministro dicen que Günter Grass vistió el uniforme de las SS en su adolescencia a modo de muestra de su manera de pensar, pero yo también quise ser torero de pequeño y ahora no me pondría un traje de luces ni a patadas en los dientes que me quedan.
Es curioso, además, que haya sido Israel el primero en utilizar la fórmula: el avance de la tecnología nuclear en Irán es un problema para el mundo, viene diciendo desde hace tiempo. Y es posible que lo sea. Pero recordemos que Israel está enfrentado a TODOS sus vecinos, y que un país así no genera mucha credibilidad. ¿Lo dicho anteriormente sobre el antisemitismo y Günter Grass es excepcional? No. Tampoco se le permitió la entrada en el país a Noam Chomsky hace dos años por pretender dar una conferencia en la Universidad palestina de Bir Zeit. Paradójicamente, Israel encabeza la lista de países más intolerantes del mundo, eso que en apariencia pretende combatir. Mientras nadie puede ni siquiera criticarle, Israel se permite el lujo de asfixiar a los que por naturaleza son sus vecinos más próximos.
Israel no preguntará a nadie si decide atacar a Irán. Sabe que los Estados Unidos de América le respaldarán sin hacer preguntas y que Europa respaldará a los Estados Unidos.
Del mismo modo, muy cerca de Israel, Siria hace lo que le viene en gana al margen de la opinión de las potencias occidentales o de las críticas de organizaciones como la ONU. Durante los meses que el gobierno de Siria lleva masacrando a parte de su población, es él, y no la ONU ni cualquier otra institución internacional, quien ha marcado el calendario y ha llevado la voz cantante. Y la cosa sigue.
Etiquetas: Guerras y demás, Política
lunes, 9 de abril de 2012
El Número Uno
Con Operación Triunfo, hace ya unos diez años, la mano negra catapultó a las alturas a unos cuantos cantantes de orquesta de verbena de pueblo. Se les trató de artistas o, mejor dicho, de grandes artistas por el mero hecho de no desafinar y de excederse con los gorgoritos al cantar. No era la primera vez que la tele intervenía en el mercado musical del país, pero sí de una manera tan descarada, tan abrumadora. El éxito del programa se debió al vacío que, durante casi dos décadas, había sufrido el mundillo de la copla, de la canción hortera y demás musiquillas festivaleras. Había una gran masa de gente sin criterio y con dinero para gastar en discos. Solo era necesario anular el derroche de creatividad de los años ochenta y cambiarlo por algo fácilmente masticable y con sabor a nada. Operación Triunfo les ofreció la solución.
Ahora, diez años más tarde, estamos poco más o menos en la misma situación. Hace falta más madera. Y la tele, de nuevo, ofrece la fórmula mágica. Se llama El Número Uno. Otra vez aparece sobre el escenario una multitud de cantantes mediocres que cantan piezas que no son suyas. Se trata de que venza lo comercial, incluso lo chabacano, para dar carne a la demanda que hay en la calle. Y lo están volviendo a conseguir, claro. De tanto llamar “artistas” a esos papagayos, a esos loros de repetición, al final creeremos que es más artista el que interpreta que el que compone.
Etiquetas: La tele