miércoles, 25 de noviembre de 2009

Nueve de cada diez


Es tremendo. Los publicistas, en el uso legítimo y lastimoso de su espacio en los medios, nos agreden con un nuevo tipo de insulto. Antes se desvivían por decir eso de Está escrito o está demostrado. Ahora no. Ahora utilizan una fórmula aún más simple para creerse superiores al resto. Y, la verdad, da risa. La cosa va de estadísticas. Y empiezo por un tópico. Ahí va.

Todos sabemos que las estadísticas dicen que las estadísticas mienten. Eso es así. No hay nada más tonto que creer en ellas. Lo dije una vez: Según las estadísticas, si tú tienes cuatro pollos y yo no tengo ninguno, cada uno de los dos tenemos dos pollos. Toma goma.

Y ahora, los sabios de la publicidad han decidido seguir tratándonos de imbéciles. Por ejemplo, dicen: Nueve de cada diez hombres prefieren afeitarse con las cuchillas de colores que tal supermercado ha puesto a bajo precio. O Nueve de cada diez dentistas aconsejan la pasta de dientes Tal para acabar con una enfermedad que no conoce nadie. Sinceramente, me gustaría saber de dónde sacan los números. Siempre son nueve de cada diez. Qué cosas. No siete ni cinco, sino nueve.

Es una estafa. Creo que mentir en cuestiones de publicidad está prohibido o debería estarlo. No sé, pero estoy convencido de que es mentira que Nueve de cada diez mujeres españolas controlan mejor lo que comen entre horas comiendo Tal Producto. O Nueve de cada diez mujeres afirman que este producto no parece un desnatado. Y, sin embargo, cada día veo esos anuncios en la tele. ¿Alguien conoce a alguna persona que haya sido sometida a encuestas parecidas? ¿Usted cree que controla mejor lo que come entre horas comiendo eso? ¿Seguro que diez personas han respondido a preguntas tan estúpidas? Otra cosa es preguntarse por qué esas mentiras no le importan a nadie.

(La imagen está extraída de ciberteca)

jueves, 19 de noviembre de 2009

Por qué no me gusta el fútbol


Sí me gusta el fútbol. Claro que sí. Incluso me atrevo a decir que me gusta más que a todos esos energúmenos que sólo saben de su equipo, que no conocen a nadie más y que van al campo provistos de trompetas, petardos y bengalas. Voy al fútbol como quien va al cine, al teatro o a disfrutar de otro espectáculo, sin más. He estado en unos cuantos campos de fútbol españoles, más que bastantes, cosa que por lo general no pueden decir los de las trompetas y la cabeza dura. No soy forofo de ningún equipo, ni siquiera seguidor. Me gusta ver el juego y me pongo de parte de quien más me guste en ese momento. Y ahora llega lo que los adictos al fútbol no pueden comprender.

En cierta ocasión, hace ya algunos años, entré en el bar que frecuentaba por ese entonces. Pese a ser un bar musical, los dueños tenían la mala costumbre de apagar la música y poner la tele si había fútbol. O, dicho de otra manera, ponían la tele si jugaba el Barça. Si no, no. O sea que lo dicho: no les gustaba el fútbol, sino un equipo en concreto. Por provocar, en cuanto entré dije con mi elegancia habitual:

¡Vaya, hombre! Ya estamos con el fútbol de los cojones.

Inmediatamente obtuve una respuesta:

Oye, César, cállate. Porque tú, de literatura y de política puedes saber cuanto quieras, pero de fútbol no tienes ni idea.

Me sonó igual que me habría sonado si me hubieran dicho:

César, cállate, porque tú puedes saber cuanto quieras de física cuántica, pero ni siquiera sabes de memoria la alineación del Real Madrid.

Lo cierto es que veo mucho más fútbol que el descerebrado que había emitido el juicio anterior. Ya digo: me gusta. Pero mi inteligencia me impide apoyar a un equipo en concreto porque lleve unos colores determinados. Puedo seguir y apoyar las evoluciones de un ciclista, de un boxeador, de un tenista, de un único individuo que me guste cómo hace las cosas. Jamás lo haré con un equipo de mercenarios que varía cada año. Es de tontos del todo. Me divierte mucho, por ejemplo, cuando los cronistas deportivos dicen:

Desde el año 1524, el Barça y el Athletic han jugado en quinientas ocasiones y han empatado cuarenta veces.

Cojonudo. Sublime. Están intentando colarme que el Barça y el Athelic que se enfrentaron hace quinientos partidos son los mismos equipos que los actuales. Y, según la opinión general, debo estar siempre de acuerdo en lo que haga un equipo, lo forme quien lo forme. Si no, soy un traidor. Pues bueno, pues vale, pues me alegro.

(La imagen está extraída de aredaclubes y el autor es Domenech)

martes, 17 de noviembre de 2009

Alakrana

Me alegro de que el atunero Alakrana pueda navegar libremente de nuevo. Y lo digo en serio. Ahora bien: estoy seguro de que nadie ha pagado los dos millones de euros que pedían los piratas. Los piratas, normalmente, suelen dejar libres a sus secuestrados sin pago alguno.

sábado, 14 de noviembre de 2009

La agricultura y la piratería


Supongo que en cuanto publique este escrito habré conseguido muchas más enemistades de las que ya tenía. Hay cosas que no pueden decirse. Pero creo que es de justicia, al menos, hablar de ello.

Para empezar, he de decir que estoy deseando que los marineros españoles secuestrados por los piratas vuelvan a casa. Faltaría más. Basta ver las caras de sus mujeres y sus hermanas en la tele. Sin embargo, veo un par de incoherencias en toda esta historia.

Los atuneros españoles que faenan en el Índico tendrán, a partir de ya, escolta armada. Se trata de una escolta privada, sí. O al menos eso dicen. Pero resulta que esos escoltas lleva armas de guerra proporcionadas por el ejército español, han sido entrenados por las fuerzas armadas españolas y han sido transportados en un avión de nuestras fuerzas aéreas. O sea, ésas que pagamos todos.

Es curioso que el Estado español tenga que ocuparse de parte de la seguridad de un negocio privado como es la pesca del atún. Porque entonces tendremos que pagar el atún en el supermercado y, además, la seguridad de los atuneros del Índico. Por otra parte, cualquiera sabe que, si entra en Harlem de noche, puede tener problemas. Es de cajón. Y a nadie se le ocurriría pedir escolta armada para hacer turismo en los barrios duros. Del mismo modo, me parece injusto que los marinos que faenan unas aguas turbulentas y repletas de piratas hayan pedido que el ejército les ampare.

Todo este asunto me recuerda a las muchas ocasiones en que ha caído pedrisco, truenos, rayos, santos y centellas sobre los cultivos de nuestros campos (¿nuestros?). Resulta que, si se pierde parte de la cosecha por esas causas, el Estado paga una indemnización a los agricultores, que, además, se cabrean lo suyo, organizan follones fenomenales en las carreteras con retenciones del tráfico y neumáticos ardiendo y exigen más. Vaya, hombre. De modo que estamos en las mismas: todos pagamos los desperfectos, pero luego nadie va a rebajar los precios en el mercado.

Yo tuve una tienda hace años, una librería modesta con la que pretendía ganarme la vida. Cuando tuve que cerrarla, cuando no pude más, nadie me dio un euro extraído del dinero público para que pudiera seguir adelante.

jueves, 12 de noviembre de 2009

La Iglesia ataca de nuevo


Es un genio. Sin duda. El secretario de la Conferencia episcopal española, Juan Antonio Martínez Camino, ha conseguido rizar el rizo de lo absurdo con sus últimas declaraciones. Para empezar, ha dicho que todo aquel que tenga que ver con una operación de aborto está automáticamente excomulgado. Automáticamente, nada menos. Eso es como condenar al infierno a las dos terceras partes de ciudadanos españoles sin atender a razones. Pero después ha soltado la dinamita y, en un alarde de sentido común y de saber entender de qué va esto del mundo, ha dicho que los políticos que apoyen el nuevo proyecto de ley del aborto no podrán comulgar. Toma ya. Además, sólo los políticos. No los toreros ni los albañiles: los políticos. Es como la pataleta del niño malo: “Hala, hala, hala, ahora no comulgas”. Luego se extrañan de que la gente no vaya a misa.

(En la foto, el genio. La imagen está extraída de pensaresydecires)

miércoles, 11 de noviembre de 2009

¿Qué es lo importante?

Es que me pongo malo. Hay que ver cuánta gandulería hay a la hora de hablar. Y me refiero, sobre todo, a los periodistas de la tele, que se supone que tienen que saber expresarse de un modo, cuando menos, correcto. A fin de cuentas, la gente imita cuanto escucha como los papagayos. Y los profesionales del palique deberían tener eso en cuenta por el bien de todos. O los que les contratan, vaya, que son los más culpables.

Me refiero al adjetivo “importante”. Últimamente se utiliza para todo. Cuando alguien no atina inmediatamente con el adjetivo que debería utilizar, recurre al “importante” y se acabó. Esta mañana, sin ir más lejos, el periodista que hablaba del mal tiempo en Cataluña, ha dicho: “hace un viento importante”. Desde luego, el viento no puede ser importante en sí mismo. Puede tener su importancia por algo en concreto, que es algo muy distinto. Pero jamás puede ser importante un viento, así, por las buenas.

Ya en 1998 Lázaro Carreter nos advertía del uso excesivo del término. En su libro “El dardo en la palabra” decía textualmente: “Es asombroso este empleo recentísimo de importante, que autoriza a usos aún más audaces. Habrá hortelanos que se jacten de criar cebollas importantes, tragones felices por devorar un cocido importante, sudorosos que se den un baño importante, motoristas a quienes gusta hacer un ruido importante, y hasta estreñidos que logren, por fin, una satisfacción importante (y lo será para ellos)”.

No creo que esta queja llegue a ninguna parte, claro. Pero basta con escuchar un poco a los conocidos, amigos, enemigos y, sobre todo, a los periodistas (tan cultos ellos), para descubrir un mundo de cosas importantes. Sólo hay que prestar atención a las noticias de la tele. Es asombroso.

martes, 10 de noviembre de 2009

La corrupción


Tras los sucesivos y numerosos casos de corrupción política que, durante siglos, han azotado a nuestro país, uno se pone a pensar. En los últimos tiempos, la corrupción tiene más que ver con el Partido Popular que con cualquier otro, eso está claro, pero también es cierto que en este asunto no libran ni el Partido Socialista ni los nazionalistas de Convergencia, por ejemplo. Y después de pensar bastante en ello, me he dado cuenta de un detalle en el que la mayoría no se fija. No hay ningún caso de corrupción entre las filas de Izquierda Unida. Y que conste que no soy comunista. Aunque ellos tampoco.


(Ni que decir tiene que el dibujo es de El Roto)

lunes, 9 de noviembre de 2009

La dieta recomendable

Cada mañana pongo la tele y veo un programa de esos que no sirven para nada o que incluso son nocivos para el normal desarrollo de la mente. Ahí se habla de la gripe A, de lo necesario que es hacer gimnasia y de un millón de tonterías más. Suelo mirarlo como quien mira al cielo pensando en la infinitud del Universo. Me relajo, me evado y me quedo tan ancho. Pero hay una parte del programa que sí me gusta y a la que suelo prestar atención. Curiosamente en mi caso, porque no sé freír un huevo, se trata del apartado de la cocina. El cocinero suele hacer platos de los que me gustan, de esos que llaman de cuchara, llámense lentejas, garbanzos, sopas ricas y esas cosas. Pues bien. Resulta que el mencionado cocinero siempre tiene al lado a una nutricionista que actúa a modo de Pepito Grillo. Si el cocinero incluye unas simples rodajas de panceta al plato, la nutricionista aparece de repente y advierte de los peligros que puede conllevar comer semejante aluvión de grasas. Uno piensa: “Okey, no comeré panceta nunca más”. Si hay manzana, la nutricionista dice que hay que comer una manzana al día, por lo menos, para evitar no sé qué terribles enfermedades. Y uno piensa: “Muy bien, comeré una manzana al día”. Pero resulta que al día siguiente hay naranja, y la nutricionista dice que hay que comer una naranja al día por lo de la vitamina C y no sé qué rollos. Y uno piensa: “Muy bien, comeré una manzana y una naranja al día”. Pero es que al día siguiente hay pepino y coliflores. La nutricionista aparece en el encuadre de la cámara por arte de birlibirloque y dice que, por lo menos una vez al día, hay que comer un par de pepinos y un kilo de coliflores. Y uno, ya un poco mosqueado, empieza a hacer cálculos.

Resulta que para estar medianamente sano, según los consejos que la nutricionista de marras ha dado durante un mes de programa, hay que comer CADA DÍA lo siguiente: Una pera, una manzana, varias berzas, medio kilo de pollo a la plancha, siete tomates, un pomelo, tres kilos de garbanzos, dos sepias, un besugo entero, seis naranjas, un vaso de vino blanco, cuatro lonchas de jamón, un buen trozo de queso, medio lomo de cerdo, un plato de aceitunas, una ensalada con lechuga y cebolla, una lata de atún, un plato de macarrones, seis sopas, medio kilo de avellanas, almendras, una empanada gallega, pescado blanco y azul, varios litros de leche, una morcilla de arroz, una buena ración de patatas con chorizo y costilla, paella valenciana, cinco emparedados de tomate y huevo duro, dos tortillas francesas y cuarenta y siete magdalenas.

O sea que no sé. Creo que no sería capaz de comer todo eso cada día. Al menos, que me quiten el plato de aceitunas.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Los multimillonarios amenazaban con ir a la huelga


No sé si he comprendido de qué va todo este galimatías, pero creo que algo sí. No mucho, pero algo.

Al parecer hay una ley en nuestro país que fue promulgada para atraer a científicos, investigadores, historiadores de prestigio y a toda clase de sabios de la sabiduría mundial, de la extraterrestre e incluso de la bilbaína. Consiste, ni más ni menos, en que todos aquellos extranjeros que consigan en España un contrato anual superior a 600.000 euros (seiscientos mil), paguen menos impuestos que los españoles en su misma situación. Muy justo. No sé quién la promulgó, pero quien sea se ha lucido. Porque, naturalmente, esa rebaja de impuestos no ha atraído todavía a ningún científico, a ningún ingeniero rompedor, a ningún arquitecto ni a ningún doctor en antropología. En cambio, sí ha atraído a un montón de futbolistas, cuya actividad profesional destaca innegablemente en el campo del saber, como es de dominio público. Y cuyas declaraciones, pulidas, minuciosamente pensadas, sublimes, podrían integrarse en los libros de texto, manuales universitarios, anales y demás. Por ejemplo: “Hemos salido a ganar”, o “Vamos a sudar la camiseta”. Qué belleza. Cuánta sabiduría. Sin duda, merecen pagar mucho menos que los demás.

Lo que tiene coña es que, al enterarse de la subida de impuestos a esos millonarios, o de la igualdad frente a los millonarios españoles, saltase la federación de fútbol española diciendo que eso es una injusticia, que va a perjudicar al supuesto noble deporte y que, si la ley seguía adelante, la federación era capaz de organizar una huelga. O sea, que no hubiera fútbol durante un tiempo. Ahora se han echado atrás y han dicho que no habrá huelga. Pero el asunto es cojonudo. Y la verdad es que, si por mí fuera, el fútbol profesional podría irse a hacer puñetas y no volver. No así el de pueblo, que conste, que aún conserva un cierto aire de nobleza. Pero que unos multimillonarios no estén de acuerdo en pagar los mismos impuestos que otros multimillonarios me parece alucinante. Y que esos multimillonarios hayan estado a punto de utilizar un arma típica e históricamente proletaria como la huelga para defender sus millones me parece, no ya indecente (que lo es), sino algo propio de otra galaxia. O de nuestro país, vaya. Qué cruz, madre mía.

(El dibujo es de Forges y está extraído de El País)

jueves, 5 de noviembre de 2009

Los diminutivitos



Es sabido que cada gremio, cada agrupación de personas con ambiciones u objetivos similares, tiene su propio argot, su propio tono cantarín y demás particularidades más o menos risibles. Pero los cocineros de la tele se pasan. Acostumbran a utilizar una cantidad de diminutivos en su discurso que, la verdad sea dicha, agotan a un santo de madera: Vamos a pochar la cebollita y el ajito y luego, con el tomatito calentito haremos unas bolitas de jamón serranito. O Haremos los filetitos con harina y pondremos unas peritas muy bien asaditas de guarnición sobre la salsita.

Sinceritamente, estoy bastantito hartito de tantita tonteriíta. Esto parece la casa de Ned Flanders.


(El dibujo es de Quino)

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Obama: “Menos mal que nos queda Portugal”


Pues sí. Porque en lo que respecta a Irán, Irak, Israel, Afganistán, Pakistán, Corea, la Costa Somalí y otros lugares que me dejo, todo sigue absolutamente igual que cuando mandaba Bush. O peor. Durante este año de mandato del flamante premio Nobel de la paz (que tiene cojones), la situación internacional no ha variado nada. Nada de nada. Es como el asunto zapateril de la Alianza de Civilizaciones, que todo el mundo sabe que es muy útil. Lo de Guantánamo, por ejemplo, no tiene nombre. No se va a juzgar a nadie, sino a repartir a los presos por diversos países para que los Estados Unidos de América intenten lavar una imagen que es imposible limpiar. Y, por cierto, nuestro querido Zapatero está de acuerdo en admitir presos de Guantánamo en nuestras cárceles… sin haber sido juzgados, por supuesto. Es como si estuviéramos permitiendo que el vecino forzudo tirase su basura dentro de nuestra casa.

(El montaje de arriba es obra de FreakingNews.com)