sábado, 29 de septiembre de 2007

EDUCACIÓN Y CIUDADANÍA


A mí no me tocó, pero mis hermanos mayores tuvieron que estudiar una asignatura llamada Formación del Espíritu Nacional y conocida familiarmente como FEN. Supongo que los que ronden la cincuentena saben de qué estoy hablando. Mediante esa materia, el gobierno franquista impregnaba de su doctrina nacional-católica a los estudiantes de bachillerato. Y eso, sin excepción. Nadie podía negarse a estudiarla, hacerse objetor de conciencia, insumiso, ni decir públicamente que, el primer día de curso, el profesor ponía un diez a los que perteneciesen a la OJE, una especie de organización a modo de las juventudes hitlerianas. Las cosas eran así, tal y como decía el caudillo, la Falange… o la Iglesia. Porque, en aquellos tiempos, la Iglesia estaba totalmente de acuerdo en que el gobierno adoctrinara moralmente a los españolitos, siempre y cuando, claro está, a la cabeza de ese gobierno figurase un tal Francisco Franco.

Pero el generalísimo murió hace ya muchos años y, por suerte, su ideología ha dejado de imponerse a sangre y fuego y sobrevive exclusivamente en el ámbito particular de algunos seres del Jurásico. Aunque, bueno, eso no es exactamente así: son muchos más de lo que parece. Si bien a su manera, los llamados partidos nacionalistas de la periferia también comulgan con el credo nacional-católico, la simbología obsesiva y demás mandangas. Pero da igual. Los obispos, que de no haber sido por la COPE habrían pasado últimamente un tanto inadvertidos, han vuelto a hablar. Y lo han hecho, además, para criticar algo que ellos han hecho desde siempre y que continúan haciendo en las aulas de los numerosos colegios de su propiedad: la inclusión de la moral en la educación de los niños y jóvenes. Su error, sin embargo, no consiste sólo en esa contradicción.

Para empezar, los obispos y quienes están en contra de la asignatura de Educación para la Ciudadanía confunden los principios morales y los religiosos. Eso es grave, pero no es nuevo. La Iglesia siempre ha tachado de inmoral cualquier principio que no coincida con los que defiende su doctrina. Así, el matrimonio civil, el divorcio, la homosexualidad, el aborto y otros asuntos que ya contemplaba el Derecho Romano hace dos mil años son hoy inmorales a los ojos de quienes pretenden vivir al compás de los tiempos que corren. Pero el quid de esta historia está en lo que pueda entenderse por educación. Con el descaro que les caracteriza y les define, los obispos afirman que no deben incluirse conceptos morales en la educación. ¿Ah, no? ¿Desde cuándo? ¿Los educadores no deben diferenciar entre lo bueno y lo malo? Precisamente, según el Diccionario de la Real Academia Española, educar es, en su segunda acepción, “desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven”. Claro que los obispos también pueden decir que todos esos señores encorbatados y de aspecto severo que ocupan los sillones de la Real Academia son unos comunistas.

jueves, 27 de septiembre de 2007

LA PRUEBA IRREBATIBLE
DE LA AUTORÍA DEL 11-M


Ahora que está vista para sentencia la causa del 11-M y que dentro de poco podremos conocer el final de la historia de ese terrible atentado, me viene a la cabeza la primera sensación que tuve cuando me enteré de lo que había pasado. En dos o tres horas, antes de que Otegui dijese que ETA no tenía que ver en el asunto, yo ya sabía que los autores eran radicales islámicos (y dejémonos de diplomacias para enmascarar el evidente papel de las religiones en hechos de estas características). A estas alturas, el insulto a la inteligencia que supone la llamada teoría de la conspiración está más que desechada para cualquier bípedo con cerebro, pero aquel día once, en medio de la confusión creada por el partido popular para no perder las elecciones, era lícito dudar de la autoría del atentado. Al menos, al principio.


Como he dicho, yo supe en seguida quién había sido. Y no pretendo dármelas de adivino a toro pasado o de gran entendido en las cosas de la política exterior. El asunto es demasiado grave para bromear y, por otra parte, todo es mucho más simple. Por ese entonces yo trabajaba en una imprenta situada en un polígono industrial que, como suele suceder, estaba en las afueras de la ciudad. No tengo automóvil y, por lo tanto, para llegar al polígono tenía que tomar un autobús que compartía con unos veinte o treinta inmigrantes de Marruecos o, en cualquier caso, de países musulmanes. Es curioso que el resto de obreros del polígono, cuyo número debía superar el millar, hubiera olvidado su conciencia de clase y acudiera a trabajar en el mismo medio que los jefes; es decir, en coche particular. Sólo yo y una chica rumana que solía sentarse junto a mí éramos europeos en ese autobús tan madrugador. Pues bien. Ya noté cierta diferencia en el ambiente cuando subí al autobús aquella mañana del día once, pero no le di importancia, claro está. Al cabo de dos paradas se subió la muchacha del este, se sentó a mi lado como cada día y no dijimos nada durante el trayecto, también como cada día, porque ninguno de los dos conocíamos la lengua del otro. Media hora más tarde, los veinte o treinta presuntos musulmanes, la chica rumana y yo llegamos al polígono y, tras descender del vehículo, fuimos cada cual a su puesto de trabajo.


Allí me lo dijeron. Los aparatos de radio que los compañeros de la imprenta utilizaban para amenizar la jornada estaban a todo volumen. Había pasado algo, seguro, pero aún no sabía qué era. En seguida me dijeron que una serie de explosiones habían reventado otros tantos trenes en Madrid y que todo apuntaba a un atentado terrorista. “Es la ETA”, decían algunos. “Esta vez se han pasado”.


A mí no me cuadraba. Me senté ante mi ordenador (trabajaba en el departamento de pre-impresión) y busqué noticias en las páginas web de los periódicos. En cuestión de minutos comprendí la situación y comenté a los compañeros que, desde mi punto de vista, los asesinos tenían más que ver con Irak que con Euskadi. Todavía no me atreví a afirmarlo con la contundencia que merecía mi planteamiento, pero ya estaba seguro de quién había colocado las bombas. ¿La razón? Puede parecer un chiste, pero no lo es. Nunca me he burlado de las desgracias de los demás y mucho menos lo haría tratándose de un asunto tan salvaje como este. Pero reto a los defensores de la imbecilidad de la conspiración y a todos los imbéciles que dicen tener dudas sobre la autoría a que traten de rebatir mis argumentos. Así pues, deduje quién había sido cuando leí que el atentado podía haber causado un desastre aún mayor si los trenes hubiesen estallado en la estación de Atocha, donde los terroristas esperaban que coincidiesen y reventasen a la vez, produciendo una escena infernal sin precedentes. Bueno. Mi razonamiento, entonces, fue el siguiente: Ningún español, vascos incluidos, habrían confiado en la puntualidad de la RENFE, no para cometer un atentado en el que fuese crucial la coincidencia en la llegada de los trenes a la estación de Atocha, sino para casi nada. O sea que sólo podían ser extranjeros. Y ahora, si sigue habiendo alguien capaz de cuestionar la autoría de la matanza, por favor, que no me llame. A lo largo de mi vida he conocido a suficientes miserables y no quiero conocer a ninguno más.

viernes, 7 de septiembre de 2007


EL DÍA DE BARCELONA
(CRÓNICA DEL INICIO DE UNA REVOLUCIÓN)

Dentro de muy poco tiempo saldrá a la calle mi nuevo libro. Más que una novela es una crónica novelada de lo que sucedió en Barcelona durante las treinta horas que siguieron al alzamiento militar o, dicho de otra manera, de cómo los anarquistas aplastaron la sublevación fascista y pasaron a ser los dueños de la ciudad y de toda Cataluña. En breve daré más detalles.
El dibujo de arriba es de Toni Vidal (Tierra y Libertad, entre 1937-1938).