jueves, 27 de septiembre de 2007

LA PRUEBA IRREBATIBLE
DE LA AUTORÍA DEL 11-M


Ahora que está vista para sentencia la causa del 11-M y que dentro de poco podremos conocer el final de la historia de ese terrible atentado, me viene a la cabeza la primera sensación que tuve cuando me enteré de lo que había pasado. En dos o tres horas, antes de que Otegui dijese que ETA no tenía que ver en el asunto, yo ya sabía que los autores eran radicales islámicos (y dejémonos de diplomacias para enmascarar el evidente papel de las religiones en hechos de estas características). A estas alturas, el insulto a la inteligencia que supone la llamada teoría de la conspiración está más que desechada para cualquier bípedo con cerebro, pero aquel día once, en medio de la confusión creada por el partido popular para no perder las elecciones, era lícito dudar de la autoría del atentado. Al menos, al principio.


Como he dicho, yo supe en seguida quién había sido. Y no pretendo dármelas de adivino a toro pasado o de gran entendido en las cosas de la política exterior. El asunto es demasiado grave para bromear y, por otra parte, todo es mucho más simple. Por ese entonces yo trabajaba en una imprenta situada en un polígono industrial que, como suele suceder, estaba en las afueras de la ciudad. No tengo automóvil y, por lo tanto, para llegar al polígono tenía que tomar un autobús que compartía con unos veinte o treinta inmigrantes de Marruecos o, en cualquier caso, de países musulmanes. Es curioso que el resto de obreros del polígono, cuyo número debía superar el millar, hubiera olvidado su conciencia de clase y acudiera a trabajar en el mismo medio que los jefes; es decir, en coche particular. Sólo yo y una chica rumana que solía sentarse junto a mí éramos europeos en ese autobús tan madrugador. Pues bien. Ya noté cierta diferencia en el ambiente cuando subí al autobús aquella mañana del día once, pero no le di importancia, claro está. Al cabo de dos paradas se subió la muchacha del este, se sentó a mi lado como cada día y no dijimos nada durante el trayecto, también como cada día, porque ninguno de los dos conocíamos la lengua del otro. Media hora más tarde, los veinte o treinta presuntos musulmanes, la chica rumana y yo llegamos al polígono y, tras descender del vehículo, fuimos cada cual a su puesto de trabajo.


Allí me lo dijeron. Los aparatos de radio que los compañeros de la imprenta utilizaban para amenizar la jornada estaban a todo volumen. Había pasado algo, seguro, pero aún no sabía qué era. En seguida me dijeron que una serie de explosiones habían reventado otros tantos trenes en Madrid y que todo apuntaba a un atentado terrorista. “Es la ETA”, decían algunos. “Esta vez se han pasado”.


A mí no me cuadraba. Me senté ante mi ordenador (trabajaba en el departamento de pre-impresión) y busqué noticias en las páginas web de los periódicos. En cuestión de minutos comprendí la situación y comenté a los compañeros que, desde mi punto de vista, los asesinos tenían más que ver con Irak que con Euskadi. Todavía no me atreví a afirmarlo con la contundencia que merecía mi planteamiento, pero ya estaba seguro de quién había colocado las bombas. ¿La razón? Puede parecer un chiste, pero no lo es. Nunca me he burlado de las desgracias de los demás y mucho menos lo haría tratándose de un asunto tan salvaje como este. Pero reto a los defensores de la imbecilidad de la conspiración y a todos los imbéciles que dicen tener dudas sobre la autoría a que traten de rebatir mis argumentos. Así pues, deduje quién había sido cuando leí que el atentado podía haber causado un desastre aún mayor si los trenes hubiesen estallado en la estación de Atocha, donde los terroristas esperaban que coincidiesen y reventasen a la vez, produciendo una escena infernal sin precedentes. Bueno. Mi razonamiento, entonces, fue el siguiente: Ningún español, vascos incluidos, habrían confiado en la puntualidad de la RENFE, no para cometer un atentado en el que fuese crucial la coincidencia en la llegada de los trenes a la estación de Atocha, sino para casi nada. O sea que sólo podían ser extranjeros. Y ahora, si sigue habiendo alguien capaz de cuestionar la autoría de la matanza, por favor, que no me llame. A lo largo de mi vida he conocido a suficientes miserables y no quiero conocer a ninguno más.

1 comentario:

José Luis Galiano dijo...

No creo que nadie dude de la autoria del atentado de Madrid, lo que pasa es que los simpatizantes del PP todavia no han asumido que ese dia perdieron las elecciones.