Para sorpresa de algunos –el vecino
de abajo, por ejemplo, que acaba de venir de Somalia y no se entera–, el
gobierno está incumpliendo todas las promesas de la campaña electoral.
Con la excusa de levantar al país,
y en solo cien días, los peperos se lo están cargando todo. Subieron los
impuestos, bajaron los sueldos de los funcionarios, implantaron la cadena
perpetua –“Pero solo para algunos casos”, tratan de justificarse. Toma, claro;
no va a ser para todos los casos–,
han dinamitado la educación, la sanidad, los avances sociales, han subido las
tasas de los universitarios y ahora le toca el turno a la dirección de RTVE y
creo que a la de los demás medios públicos.
Y lo bueno es que no dicen Somos
unos salvajes y por eso nos cargamos lo que nos da la gana. Qué va. En lugar de
eso, pretenden convencernos de que la educación pública será mejor con
profesores peor pagados y con más alumnos por aula.
Respecto a la dirección de RTVE, no
obstante, he de reconocer que tienen una explicación demoledora, sin posible
vuelta de hoja. Me explico. Desde 2006, y merced a una ley consensuada entre Zapatero
y el propio Rajoy, hay que elegir al director del ente público con 2/3 de los
votos de la Cámara de diputados. Había una excepción, claro está: si se
producía un bloqueo en el mecanismo de elección, bastaba con la mayoría
absoluta de los votos. Bien. La vicepresidenta del gobierno dijo hace unos días
que va a cambiarse el sistema y que se aplicará siempre la excepción: sólo se
necesitará la mayoría absoluta para elegir al director de RTVE. Y añadió que
habían llegado a esa conclusión para que no se produjera el bloqueo mencionado.
“¿Cómo?”, pregunta mi vecino somalí; “Pero si todavía no se ha producido el
bloqueo; ni siquiera se ha votado”.
En efecto, pero la respuesta es de
cajón: Si los peperos presentan un candidato (como, por ejemplo, el primo de
Urdaci), no les apoyará nadie y, en consecuencia, se producirá el bloqueo.
Entonces, ¿para qué esperar a que suceda, si el PP ya cuenta con la mayoría
absoluta en el Congreso? El vecino me mira en silencio durante unos segundos.
Al fin, dice: “País éste no tan diferente a Somalia”, y se va mostrando unas
espaldas descomunales. A buscar trabajo y no encontrar nada, supongo. O sea,
como en Somalia.
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