Los NUEVOS AVENTUREROS
Según dijo el escritor G. K. Chesterton, el hombre moderno viaja a lugares exóticos para huir de la calle donde nació.
Cuando alguien intenta contarme su viaje a Tailandia le digo que tengo que irme urgentemente a Zinzinati a ver a mi abuela o que tengo prisa porque me esperan en una orgía. Algo así, fácil de creer y que no suene a burla. Y es que esa gente me aburre. No sólo porque me importen un bledo sus experiencias, que es la verdad, sino porque no soporto a los que se creen grandes aventureros por el hecho de cambiar de escenario durante el mes que tienen de vacaciones. Los hay a montones. En cuanto uno se despista, aparece el plasta de turno e intenta contarte sus aventuras en una selva tan exótica y tan salvaje que puede accederse a ella en un autobús de línea. Qué rollo.
Pasé parte de la infancia junto a un pueblo turístico de la costa española. Era normal ver a los turistas extranjeros dándoselas de millonarios ante unos lugareños que aparentaban creérselo todo aunque, en el fondo, sabían que lo de esos tíos no era más que un farol. En cuanto acabasen las vacaciones, los guiris volverían a sus países para atarse a una cadena de montaje y trabajar aún más duro que los españoles que les habían atendido con tanta reverencia. Hoy los papeles han cambiado y somos nosotros, los españoles, quienes vamos a ciertos países del Tercer Mundo y derrochamos el dinero que hemos conseguido ahorrar a costa de comer sobras todas las noches del año.
Me molestan. Me molestan mucho. Y no se dan cuenta de que su propia conducta también les molesta a ellos. Voy a ver si me explico. No estoy en contra de hacer un viaje de vez en cuando. De hecho soy hijo de ninguna parte debido a tanto viajar: desde pequeño cambié de ciudad un montón de veces, siempre al compás del vaivén laboral de mi padre. Luego, ya de mayor, he seguido con lo mismo por mi cuenta y sé diferenciar muy bien a un viajero de un turista. Porque, al contrario de lo que les sucede a los nuevos aventureros, no voy huyendo de mis vecinos ni de mí mismo. Lo mío es visceral. Lo suyo, un modo de creer que son alguien.
O sea que es mejor que a nadie se le ocurra enseñarme las mil quinientas fotografías que ha hecho en su viaje a Hong Kong. Si lo intenta, que se prepare. Tengo dieciséis cajones llenos de unas muy estupendas películas de comuniones, bodas y bautizos de familiares que no dudaré en proyectar antes de que abra sus álbumes de fotos. El que avisa no es traidor.
(La foto de arriba está extraída de latintaazuldelamemoria)
1 comentario:
Gracias por avisar, ¡prometo ir a tu casa con las manos en los bolsillos! Aunque últimamente mis viajes más excitantes son cuando llevo a Ramón al cole...
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