miércoles, 14 de mayo de 2008

JESUCRISTO y los EXTRATERRESTRES


Allá por los años setenta me hice una pregunta que sólo ahora, un montón de años más tarde, ha obtenido una respuesta satisfactoria. Y la solución al problema ha llegado nada menos que de la mano del director del Observatorio Astronómico del Vaticano. Al loro.

Siempre he creído que no estamos solos, que el Universo es inmenso y que sería estúpido pensar que no hay nadie más, que somos los únicos y que los planetas, las constelaciones y todos los fenómenos siderales están al servicio de nuestras necesidades. Opinar lo contrario sería dar la razón a la ortodoxia cristiana, que afirma que el Hombre es la obra maestra de la Creación y que lo demás es tramoya. No puede ser, claro. No tiene sentido que el Universo sea tan grande y que solo sirva para dar cobijo a una colonia de bípedos que habitan un pequeño planeta esquinado. O sea que los extraterrestres existen. No tienen por qué haber venido a darse una vuelta por estos lares en sus platillos volantes, pero tienen tanto derecho a la vida como nosotros. Y entonces, una vez planteada la situación de un Universo habitado por muchas comunidades de seres, llega la pregunta: ¿Qué pasa con ellos? Si Jesucristo fue el enviado de Dios, ¿también se presentó en otros planetas para redimir a sus criaturas y también tuvo que morir de un modo tan cruel? Podría ser que los habitantes de otros mundos no hubiesen caído en la tentación de morder la manzana del Paraíso, claro, en cuyo caso no habría hecho falta la presencia de ningún ser divino para redimirles. ¿Verdad que, expuesto de esta manera, suena todo muy raro? Siempre me ha fascinado que el hijo de Dios se moviese en un territorio no mucho más grande que la Comunidad de Aragón y que no pusiera los pies en Siberia, pongo por caso. Y, si no fue capaz de dirigirse en persona a los chinos ni a los bantús por una evidente falta de medios de locomoción, ¿cómo iba a presentarse ante los extraterrestres?

Bueno, pues, como he dicho antes, el director del Observatorio Astronómico del Vaticano ha venido a sacarme de dudas. Ni corto ni perezoso, el jesuita José Gabriel Funes ha dicho que Jesús murió en la cruz para redimirnos, no sólo a nosotros, sino también a los hermanos extraterrestres. Uuuuuf. Menos mal. Así ha podido evitar un mogollón de millones de muertes consecutivas por crucifixión. Tantos, como planetas con posibilidades de vida sabemos que existen, al menos, en nuestros alrededores.


(La foto de arriba ya fue comentada en este blog. Se trata del supuesto marciano que fotografió uno de los artefactos que la NASA acostumbra a enviar a nuestros planetas vecinos)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Si vino del cielo, nació de una virgen, resucitó al tercer día, y subió de nuevo a los cielos levitando, y además es tres personas a la vez y es capaz de convertirse en una paloma, ¿no será él mismo un extraterrestre? "Mi reino no es de este mundo" Claro que así es todo aún más raro: ¿qué coño hacía un extraterrestre en Palestina allá por los tiempos de Poncio Pilatos? Rara cosa.

Anónimo dijo...

La vida es un fenómeno tan natural, al menos aquí en la tierra, que parece absurdo pensar que este es el único rincón vivo del universo. Yo estoy contigo: tiene que haber alguien más. Mi pregunta es ¿tendran alma?

Anónimo dijo...

Los racionalistas es que no dais una.
precisamente lo crucificaron por meterse en política.

Anónimo dijo...

Quizá no, quizás tampoco tengan alma como los humanos.

Anónimo dijo...

Yo creo que los sres humanos somos alma pura, sólo alma. Mi sudor son gotitas de alma con sal. Alguien dijo que el cuerpo es la parte del alma que apreciamos con los cinco sentidos.

De todas maneras, la única alma que conozco es la mía. La de los demás sólo la supongo. Podría ser como en los dibujos animados: una farsa. Escucho palabras, veo expresiones. Huelo. Pero el alma ajena la tengo que dar por buena, porque si nó estaría muy sólo, y eso no me gusta mucho.

El alma propia es mucho más segura, más cierta, que todos los átomos y moléculas del universo.

Un saludo un poco raro.