Ya he dicho en alguna ocasión que no estoy en contra ni a favor de las corridas de toros. Un amigo mío siempre dice que tiene tantos argumentos para defender una postura u otra y que todo depende del aire que tome la conversación. Bueno, pues a mí me pasa algo parecido. No me gustan los toros, pero tampoco me hacen perder los papeles: no voy a verlos y duermo tan ancho.
Como todo el mundo sabe, el gobierno de Cataluña ha decidido prohibir las corridas de toros. En cuanto al hecho en sí, no me parece ni bien ni mal. Y creo que no deberían exaltarse tanto las dos posturas, los defensores de las corridas y los abolicionistas. A fin de cuentas, en Cataluña casi no hay corridas, y prohibir las corridas en un lugar donde no hay corridas no sólo es casi lo mismo que no hacer nada, sino que, además, no tiene ningún mérito. Sucede lo mismo que sucedería en Talavera de la Reina si el ayuntamiento decidiese prohibir la matanza de pingüinos. Porque el gobierno catalán ha prohibido las corridas, sí, pero no se ha planteado prohibir los correbous, por ejemplo, donde el toro no muere aunque es torturado tanto o más como se le tortura en la plaza. ¿La razón? Al contrario que las corridas, los correbous sí se llevan a cabo en bastantes pueblos de Cataluña —sobre todo en la provincia de Tarragona—, y la prohibición de ese espectáculo habría costado muchos votos.
De modo que no hay quien acepte lo de la defensa de los animales y toda esa mandanga en boca de los políticos. No han prohibido los correbous ni tampoco la pesca o la caza deportivas, que son tan salvajes como las corridas. Los políticos que han votado a favor de la prohibición pretenden ahora que su voto no responde al clásico y ya cansino enfrentamiento con el resto de España. Claro. He vivido muchos años en Cataluña y sé de qué va el rollo. El debate sobre la prohibición de las corridas de toros en Cataluña sólo tiene una lectura: la de siempre, la nacionalista. Si cambiamos “argentinos” por “catalanes” viene al pelo una frase que Jorge Luis Borges escribió hace ya mucho tiempo:
Los nacionalistas simulan venerar las capacidades de la mente argentina pero quieren limitar el ejercicio poético de esa mente a algunos pobres temas locales, como si los argentinos sólo pudiéramos hablar de orillas y estancias y no del universo.
(La foto está extraída de ladivisa)
2 comentarios:
Prohibir la ganadería, ¡eso si que sería grande! ¡Qué locura, pero qué grande! Y si lo que molesta no es la muerte, sino el espectáculo de la muerte, entonces que prohiban el arte, que viene siendo sexo y muerte desde hace unos diez mil años. Como no han hecho ninguna de esas dos cosas, ¿por qué hemos de creerles? Han prohibido una fiesta española y nada más.
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
Miguel Hernandez
soneto 23, vv-1-2, El rayo que no cesa
Publicar un comentario