Isaac Asimov no acostumbraba a incluir extraterrestres entre los personajes de sus novelas de ciencia-ficción. En sus escritos, por lo general, la especie humana se había extendido por el Espacio y el planeta de origen, la Tierra, era un enorme complejo administrativo. La superficie terrestre estaba compuesta por varias capas de asfalto y cemento sobre las que se alzaban unos edificios destinados únicamente al trabajo burocrático. No había ningún río, ningún mar, ningún árbol. Si alguno de los personajes quería divertirse o irse de vacaciones, debía abandonar el planeta.
Así imaginó el futuro Isaac Asimov. Sin embargo, una vez vista la evolución de las cosas, creo que se equivocó. Desde hace una década, el planeta se ha convertido en una especie de parque temático para disfrute de los turistas. Salvo en los lugares donde hay guerra, todo está dispuesto para albergar a esos individuos provistos de cámaras fotográficas, pantalones cortos y una información del terreno muy superior a la que tienen los mismos lugareños. Los turistas —que no son, ni de lejos, los herederos de los viajeros de antes— conocen de antemano y palmo a palmo la ciudad o el monte donde van a ir de vacaciones. Luego llegan, van a toda prisa a los monumentos o a las arboledas que conocían previamente gracias a Internet y se hacen las fotos de rigor para enseñárselas después a los amigos. No es raro que, en esas reuniones posteriores al verano, haya dos o más personas que lleven fotografías casi idénticas en el bolsillo y experiencias muy parecidas para contar.
El romanticismo del viajero se acabó. O por lo menos el del descubridor de tierras vírgenes, de cumbres, de océanos, de pueblos de culturas desconocidas o, ya en estos tiempos, de raros ambientes urbanos y de barrios marginales. Eso, en lo que respecta a la Tierra, claro. Porque más allá, sólo un poco más allá, hay un espacio infinito y plagado de puntos luminosos que pueden ser el origen de millones de mundos como el nuestro. Bill Bryson, en su libro Una breve historia de casi todo, nos habla de la enormidad de las distancias siderales para que podamos hacernos una idea de cómo puede ser de grande eso de ahí afuera. Es necesario leer despacio sus palabras y pensar unos segundos para asimilar correctamente lo leído. Hablando sólo del sistema solar, una motita de polvo en nuestra galaxia que es una motita de polvo en el Espacio, dice: Las distancias son tales, en realidad, que no es prácticamente posible dibujar a escala el sistema solar. Aunque añadieses montones de páginas plegadas a los libros de texto no podrías aproximarte siquiera. En un dibujo a escala del sistema solar, con la Tierra reducida al diámetro aproximado de un guisante, Júpiter estaría a 300 metros de distancia, y Plutón a 2’5 kilómetros. A la misma escala, Próxima Centauri, que es la estrella que nos queda más cerca, estaría a 16.000 kilómetros de distancia. ¿Hace falta decir más? Esperemos que el Espacio nos devuelva ese romanticismo que nos han robado, la aventura, el placer de adentrarnos en lo desconocido.
(La foto de arriba es de acienciasgalilei.com)
5 comentarios:
Un artículo muy bonito e inspirador. Y no lo digo por ser tu hermano...
Qué razón tienes! Hoy en día lo de viajar se ha convertido en una pose o una especie de ritual social que, se supone, te distingue.
Y hay quien se extraña de que david y yo no tengamos ni una foto en las pirámides de nuestra visita a Egipto.
Preferimos fumarnos un cigarro (ay, aquello fue cuando aún fumábamos) mirando cómo se alejaba un camello. Mientras el guía nos daba -¡5 minutos para fotoooos! nos escabullimos y casi perdemos el autocar de vuelta.
Y ojalá lo hubiésemos perdido.
Si es que van de viaje como van de shopping. O de juerga. O de... ¿me borrarás si escribo putas?. Vamos, que lo que se dice viajar no viajan.
A mi, me gusta viajar igual que voy al cine: sin conocer el argumento, sin haber visto el trailer, sin saber el final, y sobretodo, a una velocidad crucero.
Ah, y suelo cambiar de sala si la película me aburre.
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