martes, 2 de octubre de 2007


EL PRECIO DEL PLANETA


Hace años había unos individuos que recorrían el barrio recogiendo cartones, papeles, botellas de cristal y otros objetos que los demás tiraban a la basura. De eso sobrevivían. Por lo general eran ancianos desdentados, mal afeitados y peor vestidos, una imagen que, no sé si por ser de aquellos tiempos, sólo consigo recordar en blanco y negro. Pero no quiero hablar de mis recuerdos. El caso es que esos sujetos ya no recorren el barrio como antes porque su modo de ganarse la vida está prohibido. Nadie puede mendigar y mucho menos intentar sobrevivir de la venta del cartón o de las botellas vacías de champán. ¿Alguien sabe por qué?

Es curioso que hoy en día sean precisamente los ayuntamientos quienes se encargan del negocio del cristal y el cartón. Y es aún más curioso que hayan impuesto unas normas cívicas al respecto: quien no cumpla separando las basuras es un mal ciudadano, estará mal mirado y, además, es susceptible de ser multado. Yo procuro comportarme como un buen vecino, claro está, pero eso no impide que de vez en cuando me haga algunas preguntas. Por ejemplo: ¿Es posible que los ayuntamientos se hayan hecho tan altruistas que dediquen buena parte de su presupuesto a una labor que no redunda en sus cuentas bancarias y sólo beneficia al planeta? No sé, pero me huele que, con la excusa del civismo, hemos sacrificado a esos desgraciados de la recogida del cartón en beneficio de las instituciones.

Por otra parte, dice Roberto Saviano en su libro Gomorra ­—un trabajo muy interesante, por cierto—, que el negocio de los vertidos tóxicos está en manos de algunas familias o clanes de la Camorra. Por supuesto, ignoro si eso es cierto; pero si lo es —y no hay por qué dudarlo después de analizar cómo razona Saviano—, lo que está claro es que ese negocio produce unos beneficios enormes. Da no sé qué dar todo ese dinero a unos delincuentes, ¿verdad?

Desde hace un tiempo tengo muy claro que los coches dejarán de funcionar con gasolina cuando los empresarios del petróleo se hayan hecho con los mandos del negocio de los biocombustibles o de los coches eléctricos, que lo mismo da. Y tras eso llegará todo lo demás o, lo que es lo mismo: el planeta sólo podrá sobrevivir si los millonarios de hoy en día ven la posibilidad de seguir siendo millonarios el día de mañana. De ninguna otra manera dejarán de utilizarse las energías contaminantes, ni con declaraciones internacionales, ni con revoluciones, ni mucho menos con campañas de sensibilización ciudadana. Alguien ha de enriquecerse con el negocio de las basuras para que el planeta sobreviva, ¿no es cierto? Entonces me parece que no me importa mucho si quienes lo hacen son los empresarios del petróleo o los jefes de la Camorra. Los mendigos, los chatarreros, los que hacían una labor ecológica sin saberlo, seguirán desapareciendo de un modo u otro.

1 comentario:

Geranio Pocho dijo...

Recuerdo que en mi barrio de Tarragona, San Pedro y San Pablo, habían de esos seres que se avanazaron a la moda del reciclajer. Andar a su lado era como aspirar vinagre, al menos ese es el recuerdo que tengo.

Con los de la Camorra me relacioné más en Girona, aunque perdí el contacto con ellos al no admitirme en varios de sus selectos Clubs, como el club de "ir a hacer fotocopias a la Stein", o el de "ver una vez en la vida a los Manaies".

Soy un antisocial de poca monta.