Desde luego, algunos ya pertenecemos a otra época. También los hay que pertenecen a épocas aún más remotas e incluso antediluvianas, todo sea dicho, pero para el caso da lo mismo. Trato de hablar de la naturaleza de los actos culturales de hoy en día y, más concretamente, de los conciertos. Ahí va.
Desde hace un par de meses nos están machacando, en la pantalla de televisión, con la publicidad de un macroconcierto que tendrá lugar a principios de verano en no sé qué punto de España. Aparecen escenas multitudinarias de un evento parecido que tuvo lugar el año pasado, nos aseguran que va a ser un fiestón pa cagarse y nos invitan a acudir en masa. ¿A ver y escuchar a quién? Sí, claro, ahí está el meollo de la cuestión. Porque no se sabe. La supuesta fiesta dura cuatro o cinco días, y hemos de ir sin tener la más remota idea de lo que vamos a ver. Pero será una fiesta, nos dicen dos o tres jóvenes muy alegres. Y eso es todo. O sea que no se trata de presenciar el concierto de tal o cual músico, sino de ir de fiesta. Es como entrar en la sala del cine sin saber qué película van a proyectar, o decirle al dependiente de la librería:
-Deme un libro.
-¿Cuál?
-Yo qué sé, el que sea.
Pero vamos a leer o hemos ido al cine, que es lo importante. Da igual si el libro es una guía del automóvil o una novela de Tolstoi, o si el director de la película es Stanley Kubrick o Mariano Ozores. Seguro que las palomitas están riquísimas.
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