jueves, 24 de noviembre de 2011

Nos vigilan


Soy consciente de que la presencia de cámaras de seguridad en diferentes puntos de la ciudad ha permitido capturar al delincuente con relativa facilidad. Sin embargo, creo que las cámaras ayudan, pero no solucionan. Me explico. Las cámaras no acabarán con los robos, ni con las violencias en los vagones del tren; solo nos mostrarán la cara de algunos de los delincuentes que se dedican a ello.

Es un asunto complicado y, a la vez, muy delicado en lo que respecta a la opinión pública, que suele creer que no habrá más robos si se le corta la mano al ladrón de turno o que dejará de haber asesinatos si hubiera pena de muerte. No es así. La experiencia nos dice que hay tantos o más asesinatos en una nación como Estados Unidos, donde hay pena de muerte, que en Francia, por ejemplo, donde no la hay. Pero no es ese el asunto que quiero tratar hoy. Ya hablaremos otro día de la función de las penas y todo eso.

Hoy me gustaría enfrentar la seguridad con la libertad. No sé por qué, en la práctica ganan siempre los defensores de la pretendida seguridad. Lo repito: sé que las cámaras de vigilancia ayudan, en algunos casos, a capturar al ladrón, al asesino o a quien sea. Pero, ¿qué debemos hacer? ¿Tener un guardia en cada esquina o permitir que nos siga, durante las veinticuatro horas del día y para nuestra seguridad, un tío con pinta de enterrador? ¿Se trata de eso? He Llegado a ver, en la tele, el anuncio de unas cámaras para colocar en casa y saber, así, lo que está sucediendo en ella durante nuestra ausencia (se supone, la del padre de la familia). El colmo. ¿Debo poner detectives para que vigilen a mis hijos y, sobre todo, a mi mujer? No: basta con las cámaras ocultas en casa. Si pongo cámaras en los rincones estratégicos de la vivienda no evitaré el delito, la traición conyugal o la gamberrada infantil, por supuesto, pero sabré quién y cuándo y tendré pruebas para castigar al o a los culpables.

Hay demasiadas cámaras, demasiado miedo a la libertad. Y la solución, como siempre, no reside en el hecho en sí y que pueden capturar las cámaras, sino en el motivo que ha llevado a hacerlo. Si analizáramos esta cuestión hasta el planteamiento primario, a la premisa más lejana, llegaríamos a una conclusión impepinable: la solución está en la educación. ¡Otro lunático!, deben pensar los que no me conocen. ¡Ya estamos con la ideología majadera!, seguro que opinan los que sí me conocen. Pero me enroco. Quien realmente me da miedo no es la gente del vagón del metro, o el pringao que se tumba en el banco de la plaza y bebe litros y litros de cerveza, o esos muchachos de gorra y pantalones de baloncesto, sino la cámara que nos vigila a todos. Por cierto, ¿hay cámaras vigilando lo que se cuece en los despachos de los directivos de la Banca?

(La foto está extraída de ideasparadecorar)

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