martes, 21 de junio de 2011

La democracia real


Desde que comenzó la agitación de los indignados del 15-M se habla, y mucho, de democracia real, pero nadie da una definición ni siquiera aproximada de lo que puede ser tal cosa. Desde luego, la democracia no consiste solo, como pretenden los políticos, en la posibilidad de alternancia de los diferentes partidos mediante el voto de los ciudadanos. Con eso no basta.

En su artículo Ocho preguntas sobre la democracia, publicado en la revista Claves de Razón Práctica, Roberto Toscano dice: La democracia llega después del derecho, no al revés. Muy al contrario de lo que piensa la mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos y de buena parte de los europeos, la implantación de la democracia, por sí misma, no implica necesariamente el final de gobiernos corruptos o de situaciones económicas y sociales caóticas. Ahí tenemos los dos ejemplos más claros de este decenio: en Irak y Afganistán, donde se impuso la democracia desde la entrada en escena de las tropas occidentales, hay atentados a diario y los derechos humanos no han avanzado ni un solo paso. Remata Toscanmo: El imperio de la ley antes de la democracia abre el camino a la democracia. La democracia antes del imperio de la ley es un fraude.

O lo que es lo mismo: la mera posibilidad de elegir democráticamente a los gobernantes mediante el voto no significa nada. Nada de nada.

Es significativo que en un país como España, donde la democracia impera desde hace ya un buen montón de años, tengan que salir los ciudadanos a la calle para exigir derechos; o dicho de otra manera, algo que llaman democracia real. Yo tampoco tengo la clave de todo esto, pero sospecho que, al pedir tal cosa, los ciudadanos están exigiendo más participación o, cuando menos, un poco más de atención a su sensibilidad y a sus expectativas por parte de los políticos. No por haber ganado las elecciones, un partido puede hacer lo que le venga en gana. Porque eso es lo que defienden los políticos de todos los colores y lo que han hecho desde siempre: si no os gusta quien manda, votad a otro. Y con eso se acaba todo, ¿no? Caen unos y suben otros… que son exactamente iguales, en el fondo, a los que había antes. Así todo queda en casa. En casa de los políticos, se entiende.

Democracia real. O sea, democracia con apellido. Necesitamos eso porque no nos basta con el nombre propio. Napoleón, Cleopatra, Satanás o Leonardo no necesitan apellidos porque, para bien o para mal, fueron suficientemente grandes. La democracia, sin duda, no lo es.

(El chiste de arriba es de Quino, claro)

1 comentario:

FJavier dijo...

Quiero salud, educación, trabajo, libertad, justicia,… pero no democracia, esta no es un fin en sí misma, ni un dios, solo una herramienta. Pero nada de ello es posible en un sistema de convivencia –se llame como se llame- en el que la ambición ha convertido en legal lo que no es ético. Como acaparar recursos para controlar el mercado de las necesidades. O como permitir una desigualdad tal que transforme a unos en amos y a otros en esclavos. Los políticos se han constituido en empresarios de una democracia desnaturalizada, cuando no en simples comisionistas. Y tan seguros están de su poder que han perdido el pudor y el norte al mismo tiempo. Sin argumentos y con tanto privilegio que perder no es extraño que recurran a la violencia legal contra la indignación legítima de los ciudadanos.
Comparto su razonamiento, plagado de indignación y sabiduría.