No sé si es cierto o no. De hecho, creo que nadie puede saberlo. O estoy seguro de ello, vamos: nadie puede tener la certeza de que las cosas fueron así, pero cabe una sensata posibilidad.
Hace tiempo leí en alguna parte o escuché en alguna conferencia que hubo un error en la cadena evolutiva y que por eso estamos como estamos. La Tierra se formó hace un porrón de millones de años y la especie humana apareció hace solo algunos miles, según creo. En todo caso, no muchos, un suspiro ante la inmensidad del Universo. No obstante, en tres o cuatro mil años estamos destruyendo lo que tardó miles de millones de años en formarse. Miles de millones de años. Lo repito para que la cifra no pase inadvertida, y la vuelvo a mencionar: miles de millones de años. Si esto es así, no hay duda de que algo ha fallado.
El artículo, la conferencia o lo que sea decía que, por alguna razón que ignoramos, en algún momento de la prehistoria, la rama de los monos que tenía que continuar viviendo se fue al garete y, en su lugar, sobrevivieron nuestros ascendientes, que, de acuerdo a las leyes naturales, debían haber desaparecido. Es decir: no debíamos ser nosotros, sino otros, quienes habitasen el planeta en estos momentos. Eso puede explicar muchas cosas. Por ejemplo, que utilicemos el cerebro para inventar cosas sin plantearnos sus inconvenientes, que, en según qué ocasiones, pueden ser devastadores. Por ejemplo, la energía atómica. Sabemos crearla, la utilizamos, pero si hay un fallo en la central nuclear nadie tiene ni idea de por dónde empezar para solucionar el caso. En resumidas cuentas, estamos en desacuerdo con el ritmo de la evolución, con la propia naturaleza. Evoluciona nuestra tecnología de un modo vertiginoso, pero no sabemos qué hacer con ella.
Uno de los ejemplos que suelo plantear es el de las playas en verano. Nos hemos cargado la capa de ozono que nos protegía de los rayos solares, pero en lugar de buscar una solución que, por cierto, ya debía estar prevista antes de cargarnos la mencionada capa de ozono, seguimos yendo a la playa embadurnados con cremas para que el sol no nos afecte. Es decir: vamos a la playa a tomar el sol, pero nos ponemos cremas para que no nos dé el sol. Y esa es la solución genial. Cuando yo era un chaval, no hace tantos años, no hacía falta crema alguna. Recuerdo que las mujeres se ponían cremas precisamente para que les diera más el sol, para ponerse morenas más rápido.
¿Y qué decir de los escapes de petróleo que los especialistas no saben cómo frenar, o de las fugas radiactivas como la de la central de Fukushima? No había ningún plan, en Fukushima, para evitar una posible fuga radiactiva. Nadie había previsto que un tsunami pudiera causar tal destrozo en una central nuclear ubicada en una región donde los tsunamis son casi habituales. No pensamos. Damos un valor excesivo a lo productivo, a la tecnología.
O sea que algo va mal, no hay duda. Producimos durante once meses y descansamos uno. La proporción es escandalosa: solo tenemos un mes para pensar en lo que podemos hacer con lo que fabricamos durante once meses. Y así estamos. O sea que no nos queda mucho. Si en cuatro mil años hemos dejado el planeta como está, y cada vez vamos más rápido, hay que plantearse un cambio de dirección. Pero nada de ponerse gafas oscuras para no ver lo que ocurre como nos ponemos las cremas para que no nos dé el sol. Hay que empezar ya. Y ya mismo.
(La imagen está extraída de planetacurioso)