El gobierno de los Estados Unidos de América, el de Japón y el de un par de países más han incrementado el nivel de la alerta antiterrorista. Según han dicho sus portavoces, un grupo desconocido puede estar preparando un atentado para llevarlo a cabo en cualquier momento y en un lugar indeterminado de Europa. Cuánta precisión, mi madre.
Me canso de decirlo, pero los políticos continúan creyendo que los demás somos un hatajo de borregos a los que es fácil engañar, cautivar y dirigir. Claro que hay terroristas en el mundo. Y por supuesto que pueden atentar en cualquier momento y, por desgracia, casi donde les dé la gana. Pero uno, en su ignorancia, se pregunta qué objetivo real tienen estas alarmas subidas de tono. ¿Creen los gobernantes que los ciudadanos estadounidenses o japoneses van a anular sus vacaciones en Italia porque “puede haber un atentado en cualquier punto de Europa”? Europa es muy grande; y las posibilidades de que a uno le toque la china, casi nulas. ¿Pretenden que, en previsión de ese posible atentado, los demás ciudadanos no salgamos de casa, no tomemos los transportes públicos, no vayamos a tomar un café o a comprar el periódico? ¿Suponen que los terroristas, viéndose descubiertos, van a echarse atrás y dedicarse a otra cosa? Y lo que es más importante: ¿Continúan creyendo los gobernantes que alguien cree que les preocupan los ciudadanos?
Ya digo: es posible que próximamente haya un atentado en Europa, claro está; pero la alarma no podría impedir que se produjera. En mi opinión, esa alarma sólo puede servir para dos cosas. O bien se pretende tapar algo que por el momento se me escapa, o bien, simplemente, se quiere conservar la paranoia como medio de mantener al pueblo sumiso y asustado.
(El dibujo de arriba es de Ferreres, y lo he extraído de la edición en papel del periódico Público)
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