
Creo que era yo pequeñito cuando ya decía que los políticos viven en una realidad diferente, en un mundo paralelo o incluso en otro planeta; que, en cuanto pisan el primer escalón de su carrera, abandonan su cuerpo mortal y se convierten en algo etéreo que no podemos comprender los seres de carne y hueso. Cada día que pasa me lo creo más.
Mientras Zapatero trata de combatir la crisis con unas políticas sociales basadas en lo contrario de lo que suelen ser las políticas sociales –es decir, en el recorte de sueldos, garantías y ayudas a las familias, por ejemplo-, el Ayuntamiento de Barcelona se patea tres millones de euros en una consulta ciudadana que no sólo no sirve para nada, sino que, además, ha resultado ser un fracaso histórico. Aparte de unos fallos garrafales del sistema informático, sólo votó el 12% de los ciudadanos, y un 80% de ese 12% votó que NO a lo que proponía el Ayuntamiento, que era la reforma de la Avenida Diagonal.
Tampoco la consulta sobre la soberanía de Cataluña alcanzó cifras halagüeñas. Votó menos de un 20%. Y, aunque los organizadores hablen de un éxito electoral que nadie entiende, está claro que se trata de otro fracaso gordo. Ignoro cuánto ha costado esta nueva inutilidad, pero sospecho que mucho.
Lo que sí está claro es que, teniendo en cuenta los resultados de ambas consultas, los ciudadanos han demostrado que no tienen ninguna fe en la política. Ninguna. Ni en la política, ni en los políticos ni, si me apuran, en el propio sistema democrático. Unas participaciones de un 12% y de un 20% representan un claro suspenso a la democracia y deberían hacer pensar a más de uno. Por suerte, el alcalde de Barcelona lo ha hecho. Sí, señor. Ya era hora de que algún político tuviera en cuenta la opinión del pueblo. En un arranque de sinceridad que le honra, el alcalde Jordi Hereu ha asegurado que se ha percatado de la situación y que, precisamente por eso… no piensa abandonar el sillón de la alcaldía ni aunque le echen agua hirviendo.
(El dibujo está extraído de theclinic.cl)